En octubre, 10.275 horas extras. Sí, lo has leído bien. Un 55,8% más que el año pasado, y eso que ya nos quejábamos entonces. Pero ahora es peor, porque muchas de esas horas no se “ofrecen”: se imponen calladamente a los nuevos, a los que tienen un contrato de pocos meses y no pueden decir que no por miedo a que no les renueven, sí, se permiten a estas alturas no renovar. ¿Dónde está la libertad en eso?
Dicen que están contratando. Y es cierto: de vez en cuando vemos caras nuevas. Pero mira a tu alrededor… ¿cuántos de esos nuevos siguen aquí al cabo de pocos meses? Pocos. Porque cuando prueban en sus carnes lo que es este ritmo, se van. Y aunque algunos esta semana, el mes que viene seguimos siendo, más o menos, 1.300. ¿Dónde se quedan los que supuestamente entran? ¿Se los traga la tierra? O es que, sencillamente, entran para cubrir huecos de otros que ya no aguantan o se han jubilado.
Y es que, sinceramente, ¿quién quiere construir su futuro aquí? El sueldo —aunque se firmó un nuevo convenio— sigue estando por debajo de lo que pagan en otras ciudades parecidas a Zaragoza. Mientras, las empresas de discrecional contratan sin parar, porque saben que si no pagan bien, no retienen a nadie. Aquí, en cambio, parece que asumimos que el conductor debe aguantar lo que sea… como si no tuviera familia, necesidades, o derecho a un día libre en paz.
En Inditex, por poner un ejemplo, un operario gana casi lo mismo que nosotros. Pero allí no te gritan los pasajeros porque el tráfico no dé para más o estés cumpliendo un horario irreal; allí no te juegas la vida cada vez que giras en una rotonda; allí, si trabajas en Navidad o en el Pilar, es porque tú lo decides… y además te pagan por ello. Aquí, es obligatorio, no se valora, y encima te miran de reojo si pides algún día de fiesta.
Y lo peor está por venir. Con los meses fríos y las fiestas, sabemos que pedir un permiso va a ser casi imposible. Incluso para cosas tan humanas como la boda de tú propio hijo. Te lo deniegan. Punto. Y si tienes días acumulados, da igual: “no hay cobertura”, te dicen. ¿Y quién cubre nuestra vida fuera del trabajo? ¿Quién cuida de nuestras familias mientras nosotros cuidamos de la ciudad?
Esto no es sostenible. Cada vez más compañeros van a pedir excedencias o buscarán trabajo en otro lado. Y los que quedemos, cargaremos con aún más turnos, más presión, más estrés. Y cuando lleguen las bajas por gripe o agotamiento en diciembre, el colapso será inevitable.
La solución no es compleja: pagar mejor que la competencia, contratar de verdad, y tratar a las personas como personas, no como piezas intercambiables. Necesitamos más compañeros, más compañeras, sí, pero también más respeto, más descansos, más festivos en familia. Y, por supuesto, basta ya de ese régimen de cuartel, donde un error humano —o incluso una queja injusta— puede costarte el puesto. Aquí no sobra nadie. Menos aún con esta plantilla.
No pedimos lujos. Pedimos dignidad. Y si Avanza no entiende eso ya, pronto no quedará nadie dispuesto a coger el volante.
Dicen que están contratando. Y es cierto: de vez en cuando vemos caras nuevas. Pero mira a tu alrededor… ¿cuántos de esos nuevos siguen aquí al cabo de pocos meses? Pocos. Porque cuando prueban en sus carnes lo que es este ritmo, se van. Y aunque algunos esta semana, el mes que viene seguimos siendo, más o menos, 1.300. ¿Dónde se quedan los que supuestamente entran? ¿Se los traga la tierra? O es que, sencillamente, entran para cubrir huecos de otros que ya no aguantan o se han jubilado.
Y es que, sinceramente, ¿quién quiere construir su futuro aquí? El sueldo —aunque se firmó un nuevo convenio— sigue estando por debajo de lo que pagan en otras ciudades parecidas a Zaragoza. Mientras, las empresas de discrecional contratan sin parar, porque saben que si no pagan bien, no retienen a nadie. Aquí, en cambio, parece que asumimos que el conductor debe aguantar lo que sea… como si no tuviera familia, necesidades, o derecho a un día libre en paz.
En Inditex, por poner un ejemplo, un operario gana casi lo mismo que nosotros. Pero allí no te gritan los pasajeros porque el tráfico no dé para más o estés cumpliendo un horario irreal; allí no te juegas la vida cada vez que giras en una rotonda; allí, si trabajas en Navidad o en el Pilar, es porque tú lo decides… y además te pagan por ello. Aquí, es obligatorio, no se valora, y encima te miran de reojo si pides algún día de fiesta.
Y lo peor está por venir. Con los meses fríos y las fiestas, sabemos que pedir un permiso va a ser casi imposible. Incluso para cosas tan humanas como la boda de tú propio hijo. Te lo deniegan. Punto. Y si tienes días acumulados, da igual: “no hay cobertura”, te dicen. ¿Y quién cubre nuestra vida fuera del trabajo? ¿Quién cuida de nuestras familias mientras nosotros cuidamos de la ciudad?
Esto no es sostenible. Cada vez más compañeros van a pedir excedencias o buscarán trabajo en otro lado. Y los que quedemos, cargaremos con aún más turnos, más presión, más estrés. Y cuando lleguen las bajas por gripe o agotamiento en diciembre, el colapso será inevitable.
La solución no es compleja: pagar mejor que la competencia, contratar de verdad, y tratar a las personas como personas, no como piezas intercambiables. Necesitamos más compañeros, más compañeras, sí, pero también más respeto, más descansos, más festivos en familia. Y, por supuesto, basta ya de ese régimen de cuartel, donde un error humano —o incluso una queja injusta— puede costarte el puesto. Aquí no sobra nadie. Menos aún con esta plantilla.
No pedimos lujos. Pedimos dignidad. Y si Avanza no entiende eso ya, pronto no quedará nadie dispuesto a coger el volante.
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